En la era digital, no todo lo que brilla es oro. Mientras los «Mercenarios Digitales» usan artimañas para distorsionar la información en línea, surge la necesidad de un periodismo íntegro y una sociedad alerta.
Por: Adrián González | Cazadores de Fake News
El siglo XXI ha marcado un avance sin precedentes en la forma en que consumimos información. Sin embargo, muchos desconocen cómo opera la maquinaria que está detrás de parte del contenido digital que consumen. Es una realidad que obliga a los internautas a cuestionar repetidamente cómo acceden a la información en línea, no solo porque existe una necesidad de consumir contenido veraz, sino también por la forma en que distintos actores políticos intentan influir —y en ocasiones manipular— nuestra percepción de los acontecimientos que ocurren nuestro alrededor.
En julio del presente año, una coalición de periodistas e investigadores de toda América y España, encabezada por el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), levantó el velo sobre algunos de los «Mercenarios Digitales» más notables del hemisferio —y España —, en una investigación trasnacional con más de 19 artículos sobre la distorsión informativa que está ligada a distintas operaciones de influencia —que hacen uso de propaganda y desinformación— y manipulación de plataformas desplegadas en esta parte del mundo.
¿La premisa? Sencilla pero alarmante: parte de la información que consultamos en redes sociales e internet es producto de estrategias ideadas por gobiernos y actores políticos, a veces muy lucrativas para empresas y estrategas, que buscan posicionar favorablemente la imagen en línea de distintos actores, perjudicar la de sus adversarios y manipular nuestra percepción sobre todos y todo, de forma sistemática. Todos quieren influenciar al mundo. Y a veces hacen uso de desinformación, falsos portales de noticias y cuentas inauténticas en redes sociales para intentar lograrlo.
Lo irónico es que estas operaciones de manipulación, activas a diario en el mundo digital, rara vez son mencionadas y aún menos veces investigadas de forma organizada en nuestra región, como sí ocurrió en esta oportunidad.
La radiografía realizada por la coalición de medios y organizaciones al problema de estas operaciones de influencia política develó una realidad impactante: quienes engañan y manipulan la información no están agrupados en un solo lado del espectro político; en los casos publicados figuran actores con opiniones y agendas en múltiples posiciones (izquierda, derecha, centro) y pintados con todos los colores del arcoiris político. Aquí, comunicadores de cualquier polo, tanto locales como extranjeros, trabajan con un objetivo común: influenciar.
A pesar de la diversidad de temas abordados por la investigación y la amplitud de su alcance geográfico, todos los textos tienen un factor común: la distorsión del contenido digital para persuadir y, en ciertos casos, engañar a los lectores —y potenciales votantes—. Lo anterior se intenta alcanzar con el uso de tácticas que no solo pueden afectar nuestra percepción de la realidad, sino que también pueden restringir nuestro acceso a información de calidad y, por ende, limitar los derechos que tenemos al formar parte de sociedades democráticas.
Las técnicas usadas son igualmente variadas: desde propaganda encubierta y encuestas sesgadas, hasta la creación de noticias falsas y perfiles inauténticos en redes sociales que difunden desinformación o hacen porras a candidatos, empresas o, incluso, presidentes.
El consumidor de noticias y contenido en línea, en muchos casos, es un mero receptor. Si bien muchas de estas campañas encubiertas no tienen efectos decisivos en momentos críticos, el solo hecho de su existencia puede lesionar la confianza en los líderes de la región que apoyan estas prácticas. A veces no es hasta que plataformas como Meta, Twitter o Google emiten comunicados y divulgan paquetes de datos con operaciones desmanteladas, o hasta que se llevan a cabo investigaciones como la liderada por el CLIP, que se ilumina estos oscuros rincones digitales y se renueva el debate sobre la distorsión sistemática de los entornos digitales que es impulsada por intereses particulares.
Hay algo interesante que develan varios artículos del estudio: la desinformación creada localmente, dirigida a públicos y contextos locales específicos, a veces fluye a través de las fronteras y termina contaminando las infoesferas de toda la región. Es un fenómeno que vemos en la desinformación difundida por actores o «medios» vinculados con Steve Bannon en Estados Unidos, la empresa de comunicación política mexicana Neurona, con Eduardo Bolsonaro en Brasil o Fernando Cerimedo en Argentina. Gran parte del contenido que proviene de actores como los anteriores y que terminamos leyendo en redes sociales a través de aparentes «fuentes» o «medios» internacionales que parecen confiables, busca más persuadirnos que informarnos, por diseño. Y este es un riesgo que debemos tener presente.
Las cuentas falsas en redes sociales pueden formar parte esencial de algunas de estas estrategias de engaño. Identificadas tanto en campañas de izquierda como de derecha, cuentas inauténticas (trolls, bots y otras marionetas de opinión con nombres distintos) buscan alterar la percepción de los usuarios sobre lo que leen en redes sociales, comprometiendo su derecho a acceder a información veraz y, a veces, incluso intentando persuadirlos para que no participen en procesos electorales —cuando sus titiriteros lo ven conveniente—.
Pero el engaño no se detiene ahí. Medios de comunicación falsos, mascarados como auténticos, se multiplican en el ciberespacio y hay muchas personas que ignoran que esto ocurre. Estos «noticieros» se alinean a campañas políticas y agendas, recordándonos la importancia de validar fuentes y, sobre todo, que hacen más necesario que nunca al periodismo genuino y de calidad, aquel que se esfuerza por mostrar hechos y presentar pruebas porque tiene vocación de informar y no simplemente de persuadir.
Las grandes plataformas como Meta y Twitter, a pesar de su tamaño, están al tanto de lo que ocurre. Tienen la importante responsabilidad de identificar y desmantelar estas operaciones de influencia y en el pasado han aportado a periodistas e investigadores información y herramientas muy valiosas para comprender lo que ocurre y para mejorar nuestra resiliencia con respecto a lo que pueda ocurrir en el futuro. Sin embargo, no están exentas de fallos. Casos vinculados a Meta y Google evidencian que, aunque se hacen esfuerzos por contener tácticas de manipulación, no siempre hay un seguimiento constante, permitiendo que estrategias de desinformación o censura perduren en el tiempo, violando las políticas establecidas por estas plataformas.
En los trabajos presentados abundan ejemplos de algunas de las tácticas usadas para engañar previamente descritas, meticulosamente diseñadas para minimizar el riesgo de ser descubiertas. Esto plantea un desafío a los legisladores en todos los países de la región. La meta: encontrar mecanismos que contengan la desinformación especialmente en momentos críticos —como elecciones—, sin atentar contra la libertad de expresión de sus participantes pero, al mismo tiempo, sin necesidad de crear marañas regulatorias inaplicables en tiempo real durante un evento electoral.
Porque una de las características de estas operaciones de influencia es que son pensadas desde un principio para borrar sus rastros, para evitar ser detectadas, al menos en el momento que hacen más daño. A menudo quienes están detrás de las campañas ocultas no son propiamente los comunicadores políticos visibles detrás de una campaña, sino otros actores poco conocidos, empresas o consultores, terceros que son subcontratados con pagos irrastreables y que pueden operar hombro con hombro con los primeros —o quizás no—, cuyo opaco proceder los mantiene a salvo de las normativas de transparencia en cada país y también del escrutinio de la opinión pública.
Y es un problema que seguirá existiendo por muchos años más, a pesar de los legítimos intentos de contención que puedan ser impulsados desde las grandes plataformas o por los cuerpos legislativos de nuestros países. Sencillamente, el beneficio obtenido por quienes impulsan estas campañas es mucho mayor que el riesgo que corren de ser descubiertos.
Sin embargo, su punto débil son los esfuerzos investigativos de periodistas y organizaciones que comprenden las dinámicas del fenómeno y que están dispuestas a indagar sobre lo que ocurre, pese a toda la opacidad por diseño con la que cuentan y a todo el hermetismo, las limitantes y los obstáculos que imponen las grandes plataformas para que realicen este tipo de investigaciones.
Al final del día, alguien debe elevar el costo de desinformar a nuestras sociedades. Porque el valor de la verdad, de una sociedad informada y libre, es incalculable.
Cazadores de Fake News investiga a detalle cada caso, mediante la búsqueda y el hallazgo de evidencias forenses digitales en fuentes abiertas. En algunos casos, se usan datos no disponibles en fuentes abiertas con el objetivo de reorientar las investigaciones o recolectar más evidencias.