De aprobarse la ley —que redefine al fascismo, distanciándolo de su definición histórica y alineándose con prácticas discursivas de Rusia— podría utilizarse como medio de supresión de la disidencia y herramienta de control narrativo
En un movimiento que ha encendido alarmas entre defensores de la libertad de expresión y derechos humanos, Venezuela se encuentra en la carrera para aprobar una ley que extiende la definición de fascismo mucho más allá de sus confines históricos. La reciente aprobación en primera discusión del “Proyecto de Ley Contra el Fascismo, Neofascismo y otras Expresiones Similares” en Venezuela marca un hito al extender la definición legal de fascismo para incluir comportamientos como el racismo, clasismo y misoginia, entre otros.
Antecedentes de países aliados al gobierno de Nicolás Maduro, como Rusia, permiten identificar de qué manera se ha utilizado el concepto de fascismo como herramienta discursiva. Al igual que en Rusia, en Venezuela podría convertirse en un espantapájaros que sirve más como instrumento de control político que como categoría ideológica.
La ley venezolana contra el fascismo
El «Proyecto de Ley contra el Fascismo, Neofascismo y otras Expresiones Similares» propuesto por el Gobierno de Nicolás Maduro busca sancionar lo que define como actos fascistas con penas que van desde la cárcel hasta la disolución de organizaciones. La Asamblea Nacional destaca que este proyecto legislativo se enmarca en un esfuerzo por “preservar la convivencia pacífica y la estabilidad política de la República” frente a acciones consideradas de índole fascista, promovidas por algunos sectores desde 2014.
Según un reportaje de CNN en Español, «La propuesta de ley define el fascismo (artículo 4) como la postura ideológica que, basada en una supuesta superioridad moral, étnica, social o nacional, “asume la violencia como método de acción política”, denigra a la democracia y sus instituciones y promueve la supresión de derechos de algunos sectores para favorecer a otros.
La vicepresidenta ejecutiva Delcy Rodríguez justificó la ley recordando protestas antigubernamentales marcadas por la violencia, señalando a “sectores extremistas” de buscar un “genocidio económico y social” en Venezuela. Desde la perspectiva de la Asamblea Nacional, este proyecto legislativo no solo busca sancionar acciones violentas sino también establecer un marco para la protección contra lo que se describe como nuevas formas de fascismo y que incorpora aspectos como el racismo, clasismo y la misoginia.
“La mano derecha de Maduro mencionó las expresiones ‘abiertamente fascistas’ de algunos partidos políticos que defienden las sanciones económicas y usan eslóganes como ‘hasta el final’, en clara referencia al leitmotiv de la ganadora de la primaria presidencial opositora, María Corina Machado, y su movimiento político Vente Venezuela”.
La Voz de América
Persecución con rango de ley
Según reseña Infobae, el proyecto de ley es percibido como un intento de proscribir a la oposición y censurar las redes sociales, bajo el pretexto de combatir el fascismo. Al respecto, organizaciones internacionales de derechos humanos, como Humans Rights Watch, advierten que la ley podría utilizarse para criminalizar la oposición e inhibir la participación política opositora en el marco de las elecciones presidenciales venideras.
Desde las organizaciones de derechos humanos locales también han señalado los peligros que la ley implica para el ejercicio de los derechos civiles en Venezuela. Y destacan el uso discrecional de la Ley contra el Fascismo, Neofascismo y otras Expresiones Similares para reprimir cualquier forma de oposición o crítica al gobierno.
“Puede dar pie a arbitrariedades muy graves (…) Se les está dando un golpe muy fuerte a la libertad de expresión, a la libertad de conciencia”.
Gonzalo Himiob, vicepresidente de Foro Penal
La propuesta legislativa incluye sanciones penales, administrativas y la disolución de organizaciones por actos considerados fascistas, lo que representa un riesgo significativo para la libertad de expresión en Venezuela. Estas características, según organizaciones locales como el Laboratorio de Paz, sugieren el avance hacia un modelo de gobierno más autoritario, comprometiendo aún más los derechos humanos y alejando la posibilidad de una transición democrática.
“El proyecto de ley ‘cuenta con definiciones conceptuales abiertas y de interpretación arbitraria’ y podría ser utilizado como un ‘instrumento de censura y limitación extrema a la libertad de expresión e información’“. Laboratorio de Paz
¿Qué es el fascismo?
El fascismo emergió como un movimiento de masas e ideología política que se distinguió por promover un Estado totalitario, fuertemente antidemocrático y militarista, fundamentado en conceptos de patria y raza, lo que llevó a la opresión sistemática de minorías. Los regímenes liderados por Benito Mussolini en Italia y Adolf Hitler en Alemania se erigen como los ejemplos más notorios de gobiernos fascistas, marcando un periodo de autoritarismo y violencia a nivel estatal.
Tradicionalmente, se ha caracterizado al fascismo como una ideología de extrema derecha, profundamente antiliberal y anticomunista, que privilegia los intereses colectivos (como la nación, patria o raza) por encima de los derechos individuales. Este movimiento promovió una estrecha integración entre el Estado y el partido político gobernante y también apoyó la creación de organizaciones paramilitares responsables de ejercer violencia contra opositores políticos y de reforzar el control estatal.
“El fascismo proponía una organización estatal de la sociedad y la economía basada en la integración entre el Estado y el partido, y en la construcción de una especie de “ciudadanía militar”. El fascismo buscaba movilizar a la sociedad en contra de un enemigo real o imaginario (externo o interno)”.
Concepto.de
Fascismo a la venezolana
La nueva ley venezolana propone una definición de fascismo más amplia que contrasta con su definición histórica y podría interpretarse de manera que englobe diversos comportamientos y opiniones políticas. Esta ley identifica el fascismo no solo como una postura ideológica basada en la violencia política y la denigración de la democracia, sino también como un conjunto de creencias que incluyen el racismo, chovinismo, clasismo, y otras formas de discriminación.
Esta expansión del término es lo que genera preocupaciones sobre el uso potencial de la ley como herramienta de censura o represión contra la disidencia, alejándose de la comprensión tradicional del fascismo centrada en la supremacía del Estado, militarismo y la represión violenta de opositores. Además, en Venezuela el término fascista ha sido objeto de una asimilación política que lo desvincula de sus raíces socialistas del siglo XX, utilizándolo como un insulto para deslegitimar a oponentes.
Paralelismos con Rusia
En Rusia, el concepto de fascismo se ha convertido en un recurso retórico fundamental, que refleja cómo se manipula el discurso para transformar la crítica en una amenaza ideológica, distorsionando las intenciones y posiciones del oponente. La falacia del espantapájaros (u hombre de paja, straw-man) se define como un método para atacar opiniones o ideas nunca expresadas por el adversario, creando así un enemigo imaginario para justificar acciones propias, a veces erradas o criminales.
Venezuela ha replicado métodos similares, utilizando la falacia del espantapájaros para desviar la atención de temas críticos y consolidar el control político. La creación de enemigos ficticios y la atribución de motivaciones extremas a la oposición son tácticas diseñadas para sembrar dudas y mantener el dominio sobre el discurso público. También se ha utilizado al “neoliberalismo” como espantapájaros, sugiriendo existencia de “fuerzas muy siniestras” detrás de activistas sociales para deslegitimar cualquier crítica o disidencia mediante la atribución de etiquetas extremas y, a menudo, infundadas.
La similitud en el uso del fascismo y la falacia lógica del espantapájaros por parte de Rusia y Venezuela resalta cómo ambos gobiernos utilizan estas estrategias más como instrumentos de desvío y control político que como representaciones de ideologías precisas. En este sentido, la manipulación del lenguaje y la retórica política se convierten en armas poderosas que socavan la democracia y reprimen la disidencia para perpetuar sus agendas políticas.
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