El Comité por la Liberación de los Presos Políticos organizó un recorrido por distintas instituciones del Estado, para presentar distintas exigencias. De lunes a viernes, La Hora de Venezuela acompañó a familiares y amigos de quienes están en prisión por motivos políticos en su búsqueda de justicia. El resultado es este diario.
La Hora de Venezuela
Día 1 – Lunes 24 de febrero
Palacio de Justicia de Caracas
—Mi esposo estaba en la Escuela Campo de Carabobo el domingo 28 de julio, esperando que entraran los testigos de mesa, cuando unos hombres lo obligaron a subirse en una camioneta gris. Era la 1:00 de la tarde. Se lo llevaron. Después, lo acusaron de trancar la autopista Valencia-Campo de Carabobo, pero él ya estaba detenido cuando eso ocurrió. Fui a la policía municipal, me dijeron que no estaba ahí. Después fui a una sede de la Dirección General de Contrainteligencia Militar, el organismo que lo detuvo, pero no me permitieron verlo. Ya eran las 8:00 de la noche.

Esta mañana, muy cerca del Palacio de Justicia, Marianela cuenta su historia. O más bien la historia de cómo su esposo, Exar Castillo, se convirtió en una de las 1.848 personas detenidas tras las elecciones presidenciales de aquel domingo. Es uno de los 1.061 presos políticos verificados por la organización Foro Penal en el país para el 17 de febrero de 2025.
—Lo presentaron ante un tribunal de Caracas mediante una audiencia telemática. Lo acusaron de instigación al odio, terrorismo, obstrucción de las vías públicas y resistencia a la autoridad. Teníamos abogados que introdujeron un recurso de habeas corpus (usado para constatar las condiciones de una persona detenida), pero fue rechazado.
Marianela salió casi de madrugada de su casa. Viajó dos horas desde Valencia, estado Carabobo, en el centro occidente del país, hasta el centro de Caracas, para participar en esta actividad: es la primera de cinco paradas de la “Ruta por la justicia y la libertad de todos los presos políticos de Venezuela”, que ha organizado el Comité de Familiares y Amigos por la Libertad de los Presos Políticos.

Son las 10:00 de la mañana.
“¡Justicia, justicia! ¡Justicia y libertad! ¡Todos son inocentes, ninguno delincuente!”, gritan unos 40 familiares, activistas e integrantes del Comité. Sostienen una pancarta larga que reza en letras mayúsculas: “Liberen a todos los presos políticos”.
Alzan carteles y muestran sus franelas con fotos de sus familiares presos. La mayoría son mujeres: madres, hermanas, esposas, primas. Cuando alguna ofrece una declaración a los periodistas que han llegado a cubrir la actividad, estiran más los brazos: se aseguran de que se puedan ver bien los retratos. Que aparezcan. Que no queden ocultos. De eso se trata esto.
“¿Falta alguien por firmar?”, pregunta una señora mientras suenan consignas. Una de las mujeres se apoya en el hombro de otra y deja su rúbrica en un documento. Se trata de una comunicación, firmada por 77 familiares, en la que solicitan a la Presidencia del Circuito Judicial Penal del Área Metropolitana de Caracas la libertad plena de los presos políticos y excarcelados; que reciban los recursos de habeas corpus en todos los tribunales del país; que respeten el derecho de los acusados a designar un abogado de confianza; que respeten el debido proceso; que garanticen el artículo 44 de la Constitución que establece que ninguna persona puede ser detenida sin una orden judicial a menos que sea sorprendida in fraganti; que cesen las desapariciones forzadas.

Acompañada por otras personas que luchan por la libertad de sus familiares, Marianela se siente motivada a perseverar:
—Estamos aquí por el mismo objetivo, uno siente el acompañamiento y eso motiva a luchar por la libertad de nuestros familiares.
Segunda parada – Martes 25 de febrero
Defensa Pública
Son mujeres. Casi siempre quienes persiguen la justicia para los suyos son mujeres. Pero también hay hombres: algunos padres, amigos, hermanos. Ahí están, faltando pocos minutos para las 10:00 de la mañana, frente a la Defensa Pública, a un costado de ese bulevar arbolado del centro de Caracas que conduce hacia el Panteón Nacional. Se saludan con un abrazo, se sonríen entre sí. En el suelo, frente al edificio, estiran la pancarta larga que también agitaron ayer y sacan las fotos de sus familiares presos.
En esta oportunidad, consignarán una comunicación dirigida al defensor público para exigir tutela judicial efectiva, respeto a la presunción de inocencia y libre elección de abogados de confianza. También que los excarcelados con régimen de presentación periódica puedan presentarse ante tribunales de estados de residencia, y no tengan que trasladarse hasta Caracas. Muchos de los que salen de los penales no tienen cómo viajar hasta la capital a presentarse y, si incumplen esta medida, pueden volver a ser detenidos.

Algunas personas que bajan por el bulevar voltean, miran sus carteles mientras caminan y siguen. Una señora se detiene y los observa: “Que Dios los ayude”, dice. A unos metros, Editson Quintero también observa. Se acerca con cierta timidez. Es hijo de Mayra Castro, coordinadora de Primero Justicia en Cúa, estado Miranda, quien fue arrestada el 2 de agosto de 2024.
—Tenemos que seguir adelante, trabajar para poder llevar el sustento a casa. Mi mamá estaba a cargo de mis sobrinos, de quienes ahora tiene que hacerse cargo otra persona a la que también le cambió la vida. Mi mamá trabajaba día a día, y ha sido cuesta arriba buscar entre todos para poder apoyarla y atenderla.
Cuando tiene un tiempo libre, Editson trata de sumarse a las actividades del Comité. Está convencido de que tienen que apoyarse entre todos, ser empáticos y solidarios ante la situación que viven. Y dice que sabe que la lucha no es solo por ellos, sino por los que ya no están.
De hecho, ayer se enteraron que Reinaldo Araujo murió bajo custodia del Estado. Reinaldo era dirigente del partido Vente Venezuela en Valera, estado Trujillo y lo detuvieron el 9 de enero. El 21 de febrero, su esposa había solicitado que se le diera asistencia médica para atender complicaciones de salud debido a que padecía de obesidad e hipertensión.
No la escucharon.

Familiares, amigos y activistas hacen un minuto de silencio para recordarlo a él y a los presos políticos fallecidos bajo arresto. El vocero del grupo los nombra: Osgual González, Jesús Rafael Álvarez, Jesús Martínez.
Solo se escucha la brisa rozando las hojas de los árboles.
Algunos bajan la mirada.
Otros ven hacia el frente.
Todos muestran la foto del familiar que quieren ver libre.
Y entonces vuelve el clamor a todo pulmón: “¡Libertad! ¡Libertad a los presos por luchar!”.
Después el clamor se condensa en el susurro de una oración.
Un Padrenuestro.
Un Ave María.
Es cerca del mediodía.
En el suelo, con tiza, escriben los nombres de sus familiares.
Por ellos seguirán avanzando en esta ruta que es, más bien, un viacrucis.

Tercera parada – Miércoles 26 de febrero
Defensoría del Pueblo
La avenida Urdaneta de Caracas es ruidosa. En medio del estruendo que generan los motores y las cornetas de los carros que pasan por la calle, las consignas del Comité de Familiares y Amigos por la Liberación de los Presos Políticos hacen eco entre las columnas de la entrada del Centro Financiero Latino, donde está la sede de la Defensoría del Pueblo.
“¡Ni terroristas ni delincuentes! ¡Nuestros muchachos son inocentes!”.
Primero solo gritan unas cinco o seis personas. Luego, más se van sumando hasta convertirse en un coro robusto que suena homogéneo: una sola voz, un mismo anhelo.
El objetivo de esta parada es exigirle al defensor del pueblo de Venezuela que se garanticen los derechos humanos de las personas detenidas por motivos políticos, que puedan recibir visitas periódicas de sus familiares, que puedan comunicarse con ellos y recibir información sobre su paradero y estado de salud.

Mientras reúnen las firmas para la comunicación que entregarán, conversan, van de un lado, se preguntan cómo están. Se nota que han fraguado una amistad, que se han hecho cercanos.
Hacia la acera, otro grupo de madres, allegados y activistas se mantiene mostrando pancartas y las fotos de sus familiares. Desde las ventanas de los autobuses que pasan por la vía, algunos pasajeros los observan, y siguen.
De pie, Wendy Clemente, extiende un cartel de papel con el nombre de su hijo: “Libertad para Wilmer Villaruel”.
—Mi hijo es un muchacho universitario, trabajador. El 30 de julio se lo llevaron. Él estaba arreglando su moto con un compañero y pasó la guardia y se lo llevaron. Lo golpearon.

Cuenta que Wilmer es de Cagua, una pequeña ciudad del estado Aragua, tiene 21 años y es el mayor de cuatro hermanos. Wendy lo visita cada 15 días en el penal de Tocorón. Solo le permiten llevarle una barra de chocolate, un paquete de galletas y una vianda de comida que el muchacho debe comerse durante el encuentro.
—Cuando lo visito no sé qué decirle, porque nadie nos dice nada, si va a salir, si no va a salir. Solo me dicen que tenga paciencia, que siga esperando. ¿Hasta cuándo tenemos paciencia? ¿Hasta cuándo seguimos esperando?
En esas visitas conoció a otras madres en la misma situación que ella, y le hablaron sobre el Comité. Por eso vino hoy.
Acaban de recibirles el documento: les dijeron que aún no saben cuándo podrán responder a sus exigencias, pues la Defensoría del Pueblo está de aniversario y luego vendrá el asueto de Carnaval.
Es decir, están ocupados en otros asuntos.
Cuarta parada – Jueves 27 de febrero
Ministerio para el Servicio Penitenciario
Bajo la sombra del edificio del Ministerio para el Servicio Penitenciario, en la urbanización El Rosal del este de Caracas, arman una celda de cartón: una suerte de maqueta en la que van pegando los retratos de sus seres queridos en prisión.

Junto a las fotos se lee: “Queremos verlos y abrazarlos”. “Es fundamental para la salud mental y emocional poder estar cerca de nuestros familiares”. “Libertad a los presos políticos”.
Ese anhelo se repite una y otra vez por cuarto día consecutivo. Lo repite cada uno de ellos desde que se llevaron a sus hijos, a sus hermanos, a sus amigos.
Alrededor, a través del megáfono, se escucha la grabación de la exigencia que harán ante ese organismo: condiciones de reclusión dignas para todos los presos políticos; que les permitan las visitas, que tengan alimentación adecuada y acceso a atención médica oportuna; y que se conforme una mesa de diálogo entre el Comité y esa institución para lograr la liberación de todas las personas presas por motivos políticos.
Una comisión de mujeres entra al edificio para entregar la comunicación. Afuera, las consignas siguen sonando hasta que, transcurridos 20 minutos, ellas regresan. Aurora Silva, esposa de Freddy Superlano, dirigente opositor detenido el 30 de julio de 2024 en Caracas, es la vocera.

—Más que una respuesta, recibimos un discurso político —cuenta—. Que debemos agradecerles que han sido liberados cerca de 2 mil detenidos políticos y que, según ellos, trabajan arduamente en la revisión para lograr la libertad de todos los inocentes. Que el Estado venezolano es garante de todos los derechos fundamentales de nuestros detenidos. Yo no puedo apoyar eso porque yo estoy siendo víctima de la violación de los derechos de mi esposo y de nosotros como familiares.
Desde que Superlano fue detenido, a Aurora no se le ha permitido visitarlo ni hablar con él. Afuera del ministerio penitenciario, quienes la rodean aprietan los labios, mueven la cabeza de un lado a otro. La respuesta del ministerio no es cónsona con lo que llevan padeciendo y denunciando siete meses.
A finales de enero de 2025, el Ministerio Público informó que sumaban 1.896 excarcelaciones vinculadas a las manifestaciones postelectorales. Para Diego Casanova, integrante fundador del Comité (y quien tuvo a su hermano tras las rejas hasta que fue liberado con medidas cautelares hace varias semanas), eso es prueba de que esas personas que habían sido detenidas son inocentes, y está convencido de seguir luchando por quienes siguen tras las rejas.
Diego ve las caras de sus compañeros, sabe que necesitan mantener el ánimo para seguir adelante. Agarra el megáfono:
—¡Vamos a seguir exigiendo y reclamando, porque somos la única voz que nuestros familiares tienen aquí afuera! Seguiremos hasta tener a nuestros familiares en casa, con nosotros.

Quinta parada – Viernes 28 de febrero
Ministerio Público
Desde las cuatro esquinas de la plaza Parque Carabobo, en el centro de Caracas, va llegando la procesión a la última estación de la ruta: el Ministerio Público, justo frente a la plaza.
En realidad, no es la primera vez que vienen. Otras siete veces —desde julio de 2024— se han acercado a este lugar para exigir la libertad plena de su gente.
Un grupo llena globos blancos con helio. Algunos escriben en las planillas que consignarán hoy. En la acera, frente al ministerio, otros ubican carteles con mensajes, las fotos de sus familiares y la gran pancarta que han desplegado en este recorrido que arrancó el lunes.

El sol atraviesa las copas de los árboles e ilumina las caras de quienes han venido hoy y sostienen decenas de globos blancos en los que escribieron los nombres de las personas que quieren ver libres.
Andreína Baduel, integrante del Comité, toma el megáfono.
—Parte de las represalias a quienes nos atrevemos a alzar la voz es aislar e incomunicar a nuestros familiares —dice.
Pide, en nombre del Comité, que se procesen las investigaciones por los tratos crueles e inhumanos, por los fallecidos bajo custodia del Estado. Habla de su padre, el general Raúl Isaías Baduel, quien en 2021 falleció privado de libertad. Habla de su hermano, Josnars Baduel, detenido en mayo de 2020, recluido en el Rodeo I, a quien no le permiten visitar desde hace un mes ni entregarle comida ni medicinas.
De pronto alguien del grupo entona el himno nacional. Se suma una voz, y otra, y otra, y en unos segundos todos están cantando: “Gloria al bravo pueblo”. La primera estrofa, el coro.

Al terminar, vuelve el leitmotiv: “¡Libertad, libertad, libertad!”.
Dan media vuelta, cruzan la avenida hasta el Ministerio Público.
“¡Ni terroristas ni delincuentes! ¡Nuestros muchachos son inocentes”, “¡Todos son inocentes, ninguno delincuente!”, “¡Justicia, justicia! ¡Justicia y libertad!”.
En la entrada del edificio, alzan sus brazos y sueltan los globos blancos al aire.
Se elevan, pasan junto a los cristales ahumados de la torre del ministerio, y luego siguen con el viento en el cielo luminoso hacia el oeste.
“¡Libertad, libertad, libertad!”.
Aunque la ruta ha terminado, ese grito parece seguir resonando.
O, al menos, estas mujeres esperan que así sea.}
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